junio 28, 2009

Sol Hallado

El gusto por esquivar la mañana me lo pegó una cruda infame hace un par de semanas. La anterior a aquel despertar incierto no había sido una noche próspera en todo el sentido del palabrejo; claro que con alguna suerte de coincidencias y sucesos mas o menos fuera de mi control, el asunto terminó en un desfalco bastante memo y una anécdota para olvidar. Nada grave para las epopeyas del absurdo que suelo emprender cuando las hogueras están bien alimentadas. A lo que iba es que cuando me desperté por fin sentí algo de admiración y empatía por las víctimas de la comedia: Es horrible volver a caer a la tierra con la mitad de los sentidos mínimos indispensables y con los vasos sanguíneos a punto de hacer erupción vía la cabeza. Por lo que con la pereza y egoísmos propios de un jerarca olímpico acomodé mi cabeza y me escondí nuevamente bajo las cobijas. Y pues la neta estuvo chido. Ese día si me desperté hasta las tres de la tarde, bastante amodorrado pero con una vitalidad contemplativa que yo no experimentaba desde los días del vino y rosas (¿alguien conoce la referencia? Insertarla AQUÍ). Contra lo que cualquiera pensaría, el alcohol no era la cura. Por entonces también descubrí, debido al calor, la maravilla de deshacerse los nudos bajo el chorro de agua helada. Ahora me baño así cada vez que me baño. Pero la verdadera sorpresa y madre de todos los ocios la descubrí pasadas unas seis horas: Uno se ahorra mucho tiempo que perder hasta que llega la parte divertida del día: La Noche. No es que sufra de muchas otras enfermedades modernas, pero quien no tenga cuatro esquinas se habrá dado cuenta que al cobijo de la oscuridad no sólo existe el reven perpetuo; también es el mejor tiempo para escribir, fumar, jugar videojuegos o pasear al perro. Con los días fui inventando excusas: el domingo, pues porque era domingo. El lunes porque no tenía nada que hacer. El martes porque me sentía totalmente pendejo y así. Pronto ya no necesite excusas, lo admito: Lo hacía porque me gustaba. Lo más temprano que me desperté desde entonces fueron las 11:57, ya que tenía un boleto valido por un viaje entonces. Si fueron días de nihilismo - diversión insensata - hasta que llegan esas mañanas que son como si despertara en otro planeta (tenía mucho frío para empezar) y a pesar de que en sueños me asaltó el coraje de la ñoña más guapa del D.F (a lo cual adjudicó la turbulencia matutina), me desperté con el Maese Cuervo en la cabeza: Uno de los siete zenzeis de la nave ácida. Desaparecido y que de pronto supe tendría que ir a buscarlo, desde luego él no lo va buscarme a mí. Sentí que tantos amaneceres en la basura bien los pudo haber utilizado para tal empresa (con la ñoña claro, ya no puedo hacer nada). Tan pronto me di cuenta de esto recordé aquella vez que como caído del cielo apareció al lado mío por la maqueta de la antigua Tenochtitlán junto a la catedral, seguro no me buscará pero ya me encontraría. En ese momento las cosas volvieron a parecerse a si mismas. Prendí la computadora, accedí y me senté a escribir al respecto. Aquello fue simbólico, lo que tenía que ver es que en las mañanas también se puede escribir, fumar, jugar videojuegos y pasear al perro, pero también unas cuantas cosas más. Prometo mañana estar en la línea del frente a primera hora (bueno, las nueve).

1 comentario:

  1. A mí siempre que me dicen "nos vemos el lunes a primera hora" me causa un conflicto tremendo, pues no sé a qué hora despierta esa persona y cuál es la que él/ella considera como la primera de sus horas de actividad.

    Y bueno, cuando ya estés totalmente recuperado me haría mucha ilusión bailar un rock contigo.
    ¿Qué dices?


    Muá.

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el que calla otorga